Cristo de la Merced o Cristo de la Buena Muerte

Situado en la capilla al pie de la iglesia, en el Lado de la Epístola (nave derecha del templo según se mira hacia el altar o presbiterio), el Cristo de la Merced o Cristo de la Buena Muerte perteneció al convento de Mercedarios Descalzos (fundado en 1607), que tuvo Argamasilla de Alba hasta el año 1825 y cuyos bienes fueron enajenados durante la desamortización eclesiástica, esta talla de madera noble del siglo XVII posee gran valor artístico.

Perteneciente a la Escuela Andaluza, se trata de una obra manierista de potentes proporciones clásicas y una equilibrada carnación que mueve al espectador a un diálogo entre la talla y quien la contempla.

De gran valor histórico, al ser la única talla escultórica de importancia conservada en Argamasilla de Alba de antes de la Guerra Civil, la obra tiene un marcado carácter devocional, el cual se aprecia en el propio desgaste de los pies, besados o tocados por los fieles antes de santiguarse.

La factura de esta talla de madera, de estilo barroco y creada en el siglo XVII, es “magnífica” y responde a un realismo estilizado que muestra a Jesús Crucificado en la agonía. De unos dos metros de altura, se trata de un Cristo de tres clavos, de cuerpo estilizado, con rasgos italianos y una caída de ojos que indica la proximidad de la muerte, pero con la mirada fija y “muy penetrante” en el fiel que se aproxima, comenta la restauradora. Azotado y con la marca de la lanzada en el costado, la talla muestra un tono de la carne blanquecino y amoratado por los golpes que refleja la cercanía de la muerte. Con una caída del pelo muy real y zonas en las que se notan las venas, el Cristo va sobre una cruz plana que es la original y destaca la rica decoración en la zona del perizoma (paño de pureza) que está dorada y estofada, que indica que este tipo de tallas solían estar financiadas por mecenas que realizaban donaciones de bienes muebles de carácter religioso a conventos como el que los Mercedarios tenían en Argamasilla de Alba.

La talla permaneció después de la Guerra Civil durante décadas en el Castillo de Peñarroya hasta que hace pocos años se procedió a su traslado a esta parroquia, impulsado por el párroco Juan Carlos Torres, lo que ya de por sí supuso una medida de conservación preventiva y la salvaguardia de la pieza.

Impulsada también por el párroco, se procede a la restauración de la talla consistente principalmente en la limpieza mecánica de toda la pieza y una leve limpieza química en zonas puntuales donde se observaban repintes que enmascaraban al original.

En febrero de 2012 finaliza la restauración de la talla que observamos en la actualidad, realizada por Raquel Racionero Núñez, en la que se procedió también a la consolidación del soporte, asentamiento de los estratos de color, reintegración pictórica y protección final de la obra.


Fotografías: Lucas López Carretón